Este comentario lo envía Laidi Fernández de Juan, un día después del panel «Mujeres creadoras: El arte de la conciliación», del Mirar desde la sospecha del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer
En el bien pensado panel que se efectuó el día 8 de marzo en la UNEAC, acerca de la conciliación entre la vida privada y la labor pública (cultural en este caso) de nosotras las mujeres, quedaron, -por fortuna- algunos aspectos que requieren de mayor tiempo y de un análisis más profundo. Lejos de criticar la forma en que fue tratado el tema, celebro con mayúsculas que tan espinoso y poco abordado asunto se haya ventilado en uno de los programas de Mirar desde la sospecha. Mi gratitud y mi felicitación para las organizadoras, en primera instancia.
Algunas de las participantes opinaron que no logran dicha conciliación (ajuste, orden, jerarquización, como quiera llamársele) y otras, intentaron demostrar cómo organizan el tiempo en aras de alcanzar las metas que ellas mismas se proponen. Confieso mi turbación ante la temática, mi pudor, la falta de elocuencia. Ahora, más reposada e inconforme con lo que logré articular ayer, me dispongo a reflexionar. En primer lugar, me disgusta el rol de heroína, de mujer super potente, de todoterreno. Me niego a ello, porque sería menoscabar al resto de mis compañeras, las mujeres no artistas. Creo que al contrario de esa individualidad, todas las mujeres cubanas somos de una abnegación admirable. El hecho de que las creadoras seamos dueñas de una determinada aptitud, no nos convierte en mejores.
Una de las panelistas narraba cómo le molesta cuando un hombre se refiere a ella como “ya que eres mujer….”, argumentando que la frase establece diferencias inadmisibles. Yo, sin embargo, opino que precisamente por el inmenso esfuerzo cotidiano que nos vemos obligadas a desplegar las mujeres, merecemos esa consideración. Sí, me parece justo que se nos distinga, que si se está planificando una reunión, o un trabajo particular, o una asamblea, se empiece asi: “ Nosotros los hombres pensamos que la actividad X sea el día Y, pero como eres mujer, propón tú la fecha” o “Ya que eres mujer, dinos qué te parece tal idea”. Sí, efectivamente, como somos mujeres, como llevamos la carga del plumero, del niño enfermo y del anciano desvariante, pues debemos ser nosotras-tenemos el derecho- a ser consultadas y consideradas.
En otro momento de ayer, alguna dijo “Confieso que no logro la conciliación”. Bueno, si todas somos creadoras, si todas hemos obtenido aunque sea un mínimo reconocimiento por la labor artística que desarrollamos, entonces, de alguna forma –sacrificada, extenuante, desgastante obviamente- significa que SÍ estamos logrando hacerlo todo: Lo que se espera de nosotras, lo que nos exige la familia, y encima, lo que nos gusta o aquello que consideramos útil dentro de nuestra capacidad creadora.
Es una falacia creer y decir que no se logra tal conciliación entre las disímiles vidas que llevamos. Si asi fuera, entonces integráramos el gran rostro de la muchedumbre, y no estaríamos sentadas en la misma mesa de creadoras. Quienes no pueden (no quieren, no les resulta posible, las circunstancias las superan) son desconocidas en el ámbito cultural, y nunca saldrán a la palestra pública.
O sea, se supone que el diálogo y la reflexión se establece con mujeres que de alguna manera (la fórmula no existe: es un acomodo de cada quien) logran sobrevivir como creadoras en medio del pantanoso mundo cotidiano, exigente y amenazador. Zanjada esta confusión, paso a puntos que quedaron en el tintero de nuestras mentes. Una cosa es narrar nuestro sacrificio, y otra bien distinta es olvidar la responsabilidad que la sociedad tiene para con nosotras. El hecho innegable de vivir en un país pobre, con todos las consecuencias que nuestra decisión política implica, -y me refiero también a nuestra opción particular, a la elección que hemos hecho- nos hace soslayar la demanda de un mundo más “potable” para las mujeres en tanto responsables del bienestar familiar. Está clarísimo que las prioridades sociales de un país como Cuba, nublan la posibilidad de instituciones que existen en países desarrollados. Nosotros, por ejemplo, no podemos vislumbrar a corto plazo-ni a mediano ni a largo, me temo-la disponibilidad de casas de descanso para las cuidadoras, por ejemplo. O de casas-refugio para mujeres maltratadas, o incluso algo más sencillo: La distribución de comidas precocinadas, el servicio institucional de agencias con personal adiestrado en cuidados de ancianos, o de niños enfermos. Si Cuba tiene el gravísimo problema de la vivienda y del transporte público sin resolver luego de más de cinco décadas de intentos, ¿cómo soñar con estas otras comodidades que beneficiarían en primer lugar a la mujer trabajadora? Se encuentra tan lejos de nuestra posibilidad la estrategia concreta y oficial de facilitar la vida de la mujer, que se esconde incluso de nuestro anhelo.
Sí, en el panel de la UNEAC nos faltaron muchas cosas por decir, y es bueno que asi sea. Nos permite la posibilidad, al menos, de estar conscientes de cuánto camino falta por recorrer. Sería saludable, además, que estuvieran presentes en los debates los (las) representantes de organizaciones que en un futuro (soñemos, por favor) pudieran acometer la tarea de reclamar y de llevar a cabo un programa facilitador para la vida de la mujer. Ya que nuestros roles demorarán siglos en cambiarse, y es obvio que vamos a seguir siendo el horcón donde se apoya la familia, pues deben destinarse recursos para la existencia de refugios. Lugares donde puedan recuperarse las mujeres golpeadas, donde descansemos del diario bregar, sitios adonde podamos enviar a nuestros abuelos demandantes de ayuda continua, revitalicemos los círculos infantiles con sus horarios antiguos, establezcamos unidades de ayuda inmediata contra actos violentos, brindemos alimentos de fácil y rápida confección. Empezar por conocer cómo es el mundo mejor al que aspiramos, ampliará el abanico de nuestros sueños, para que estos dejen de ser simples quimeras de oro, y se acerquen más a la tierra cicatrizada de donde provenimos todas.
Laidi Fernández de Juan,
9 de marzo, 2012.